Querido hijo:
Te pongo estas líneas para que sepas que estoy viva. Te escribo despacio porque sé que no puedes leer de prisa.
Bueno, no vas a reconocer la casa cuando vengas, porque nos hemos mudado. Por fin enterramos a tu abuelo. Encontramos el cadáver ahora en lo de la mudanza. Estaba en el armario desde aquel día que nos ganó a jugar a las escondidas.